La luna aún no se ha marchado
La luna aún no se ha marchado. El calendario dice que es 24 de diciembre y el reloj marca 4:00 de la mañana.
Espantada por el estridente sonido del despertador, Melissa, una joven policía se levanta de la cama muy de prisa, corre hacia el baño y se ducha rápidamente.
Su rutinaria vida hace que su cuerpo haga ciertas cosas, a tal grado que en muchas ocasiones no se percate de inmediato que está despierta.
Dando inicio a su acostumbrada e infructuosa lucha contra el tiempo, salió del baño con una húmeda toalla ceñida a su esbelta figura. Sin todavía haber elegido prenda alguna para cubrir su desnudez, Melissa dirigió sus pasos hacia la cocina con la esperanza de poder preparar algo para comer.
Para su desventura, con desconsolado gesto observa los pocos alimentos que quedan en la despensa.
Recordó que no ha podido realizar las compras, debido a que el salario del mes lo tenía adeudado en el colmado y en préstamos para costear su pasaje.
Con lágrimas en los ojos, sintió cómo dentro de su corazón se abrió una nueva grieta por las vicisitudes que desde hace meses ha estado viviendo, de manera que se dirigió a la habitación que comparte con su pequeña hija de seis años, a quien dedicó unos minutos de su escaso tiempo para ver como aún continúa en brazos de Morfeo.
De inmediato, lentamente Melissa acarició el tierno rostro de su retoño, mientras le susurraba al oído:
-“Hija mía, perdona. Hoy no podré dejarte el vaso de leche que tanto te gusta”.
Tras articular esas tristes palabras, regresó a la cocina. Allí consiguió dentro de un cubo plástico un puño de coditos, los cuales hirvió con sal, aceptando por fin el hecho de que solo eso había para comer.
Acto seguido, sirvió aquel alimento en un pequeño plato rosado, propiedad de la niña, estampado con la figura de una princesa, de esas que figuran en los cuentos de hadas.
Melissa regresó a su habitación y tomó su honorable uniforme gris.
Mientras se lo ponía, en sus ojos empezó a llover otra vez y con más fuerza al recordar que era día de Nochebuena y no tenía dinero para preparar ni siquiera una cena sencilla a su pequeña.
Ya son las casi las 5:00 de la mañana.
Al terminar de vestirse, tomó a la niña en sus brazos y, cubriéndola con una frisa de algodón, se dirigió a casa de su madre, como de costumbre, para que cuide a la niña mientras ella cumple con su dura y extensa jornada laboral.
Lary Acosta
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