Opinión

Carta Abierta y Pública a Margarita

Señora
Dra. Margarita Cedeño
Vice-presidente de la República
Ciudad.

Distinguida colega, amiga y coetánea:

Mi promoción de profesionales de la toga y el birrete es la tuya. Fue ahí, en la vetusta Facultad de Derecho de la universidad del Estado, donde tus condicipulos uasdianos te conocimos y te tratamos. El trayecto fue de cinco años exigidos por el viejo pensum, sin tomar en cuenta el año del Colegio Universitario (CU), con lo cual suman seis años que en nuestra época había que agotar a los fines de investirse de “Doctor en Derecho”.

Al inicio de la carrera, cuando te conocí, casi a mediados de la década de los años ochenta, época de mucha efervescencia política, realmente no vi que tuvieras ninguna militancia político-partidaria pero, en las cátedras, aún en las materias propedeuticas, mostrabas grandes preocupaciones sociales. Nunca te vi apática. Abordabas los problemas sociales con igual interés y profundidad que los que ya sí eramos militantes políticos.

Cuando hacíamos cualquier peña política y se producían acalorados debates debajo de los árboles y al lado de la cafetería que estaba ubicada frente al viejo edificio de la Facultad de Ciencias Jurídicas y Políticas, te detenías a observar y luego te ibas.

No recuerdo que hayas tenido dificultad con nadie. Profesores y estudiantes te apreciamos y respetamos. La verdad ha de ser dicha, eras buena estudiante y te graduaste con honores. Un sonrisa tierna y afable siempre te distinguían. La cortesía era y es uno de tus grandes atributos.

En las aulas y en los pasillos del Edificio Calasanz, donde hace muchos años funcionó el colegio católico que lleva ese mismo nombre, pero dentro de la UASD, el mismo edificio que por iniciativa, esfuerzos y desvelos tuyos fue remodelado y modernizado, a penas nos saludamos e intercambiamos algunos temas de la clase, nada más. Tú tenías tus compinches, yo tenía los míos.

Mi admiración por ti y el reconocimiento de que el futuro te guardaba importantes y
determinantes episodios de la vida nacional, tuvo lugar a mitad de la carrera, específicamente cuando iniciamos el estudio del Derecho Procesal Civil I, cuyo contenido versaba sobre la acción en justicia y la organización de los tribunales. El profesor de la materia era Luis José Bouryet Frometa.

La materia era interesante y muy práctica. El profesor la dominaba muy bien y hacía gala de ello, pero las cátedras duraban muy poco, pues en el verano el viejo edificio ardía y el profesor hasta en el invierno tenía calor. Eso lo sabemos todos los que fuimos sus alumnos, pero esa fue la coyuntura adecuada para que tú y yo nos saludaramos y “formalizaramos” nuestra estudiantil y juvenil amistad.

Bouryet Frometa era un profesor atípico, iba a clase sin ningún maletín, sin libros, sin folletos, sin notas para apuntes, sin bolígrafo, sin notas jurisprudenciales, pero siempre tenia a mano un pedazo de cartón o los restos del periódico vespertino El Nacional, que leía y requete leía con evidente y permanente propósito: echarse fresco en la cara y el cuello.

Un día el viejo catedrático, de origen indio o hindú por apellido y fisionomía, decidió, como siempre, terminar la clase mucho antes de las dos horas que señalaba el programa de la materia. Yo estaba muy entusiasmado con la clase, el tema del comportamiento de las partes en el proceso me atrapaba. Sólo le dije, profesor es muy temprano, no hemos dado ni una hora de clase y el me respondió ¿y qué usted quiere bachiller? Que de 15 o 20 minutos más de clase, pues el tema está muy interesante, le dije.

Mi intervención tuvo sus aspectos buenos y sus aspectos malas, como muchas cosas en la vida. El profesor de la materia y antiguo juez de la Cámara Civil y Comercial de la Corte de Apelación del Distrito Nacional, siguió con la clase, pero antes de hacerlo, aumentó el movimiento de la mano derecha para aumentar el fresco que se echaba con el cartón.

Insinuando un chiste el profesor siguió dando la clase, pero lo cargó de un “boche” muy elegante, el mismo que tú aprovechaste para ponerme un apodo con el que siempre me saludabas. El profesor me hizo una segunda pregunta ¿cuál es su nombre? Francisco, muy asustado le dije. Estoy muy agotado y sudoroso, dijo el Bouryet, pero como éste señorito que se llama Chito (nunca dijo Francisco) quiere que continúe voy a hacerlo por 15 minutos.

Margarita, el nombre que me dio el profesor, a ti y otros compañeros les hizo gracia, sobre todo a un colega de origen puertoplateño, que era ventrilocuo y de cuyo nombre ahora no me acuerdo. Él comenzó a decir Chito, Chito, Chito, Chito, Chito. Recuerda Margarita que te reias a carcajadas, no sólo porque el apodo te parecía gracioso, sino porque yo buscaba por todos los lados en el curso para ver quien era que repetía tantas veces la palabra Chito mofandose de mi.

Cuando el profesor agotó los 15 minutos prometidos, que no sirvieron para nada, pues ese mismo tiempo fue usado por muchos compañeros para repetir Chito, Chito, Chito, hasta el cansancio. Tuviste piedad de mi, aún explotandote de la risa, te me acercaste, no me dijiste compañero ni Francisco, sino, mira Chito: “La persona que dice Chito muchas veces y que tú no logras ubicar es él”, señalandome a uno de los compañeros de clase más ameno, entusista y solidario.

Ese compañero no perdió tiempo, explotandose de la risa, me dio un fuerte apretón de mano y me abrazó. Él y tú Margarita, me habían desarmado, ya nada podía hacer, también yo explote de la risa y el profesor, raudo y veloz, en gesto de venganza, salió del aula diciendo a carcajada: “sigue jodiendo Chito”.

Tú y algunas de tus más íntimas amigas, como Rosa, jamás me llamaron por mi nombre, les agradaba más decirme Chito. A mi terminó agradándome el mote. Las fotos que aparecen al pié de la presente misiva fueron tomadas a propósito de la celebración del 20 aniversario de nuestra graduación, hace ya 12 años que fueron tomadas.

A mi y a un grupo de condiscipulos nos privilegiaste invitandonos a Palacio. Esas fotos son de la ocasión. Instruiste a tú fotografo y le dijiste al Presidente Fernández: “Ese es el compañero Francisco García, pero en la Universidad le decíamos Chito”. El Presidente dijo que bien, ya lo conocía, pero no sabía del apodo. Se puso a mi derecha y tú a mi izquierdo, luego tu y yo sólos. Era rápido, otros colegas y amigos esperaban.

Para mi fue un momento muy importante en mi vida, ya que en un aniversario más de investidura, en uno de los salones más importantes de la casa de gobierno, me estaba fotografiando con dos personas de grandes éxitos y de cualidades excepcionales.

Te lo hice saber de una vez. Te di las gracias por permitirme ese enorme privilegio. Como no estarlo sí era una foto oficial en el edificio más oficial del país, con un Presidente en ejercicio y que es el político dominicano que, después del Prof. Juan Bosch, yo más admiro y el que más aporte ha hecho al desarrollo material e institucional del país. También contigo Margarita, la esposa de mi líder, la gran mujer cargada de grandes condiciones y que ha llegado tan alto en la vida pública.

Antes de despedirme de ti y del Presidente ese día te pregunté ¿y las fotos? Dale tú teléfono al fotógrafo, el te llamará y te la s hará llegar, me dijiste. Así fue, días después desde el despacho de la Primera Dama, vía mensajería, me hiciste llegar las fotos a mi oficina. Ahora tengo dos cosas tuyas y que son comunes. Los gratos recuerdos universitarios y las fotos de aniversario en Palacio contigo y el Presidente Leonel, mi líder de ese momento y de hoy. ¿Qué hago? ¿Qué puedo hacer?

Los gratos y siempre bellos recuerdos de nuestra Alma Mater se mantienen, como se mantienen con todos los compañeros de promoción. Siendo la UASD el Alma Mater de la República, es justo decir que allí, en el campus y fuero universitarios, permanecerán, sin distinción de ningún tipo, los grandes afectos y el compañerismo de una promoción de abogados cargados de éxitos y que han ocupado importantes espacios en el sector público y privado de la nación. Tú eres el más compiscuo ejemplo.

Tomaste una decisión que respeto, pero que no comparto. He consultado algunos compañeros de la promoción y la opinión es coincidente. Ellos, igual que yo, piensan que ha sido errático el camino que tomaste. Tú sabes que en nuestra promoción, aunque había mayoría pelededista, había y hay de todas las banderias. Resulta que los opositores de la promoción lo ven mal, también lo ven mal una buena parte de los propios pelededistas y, como es natural, lo vemos mal quienes hemos seguido el sendero trazado por el Presidente Leonel Fernández.

¿Qué razones tuviste para hacer lo que hiciste? No lo se Margarita, pero lo cierto es que parte de la promoción se siente herida, muy herida. Nos hemos quedado boquiabiertos. Yo he tratado de buscar una explicación y no la encuentro. El Leonel que conozco, no sólo es el más importante líder de la nación, sino que ha sido buen hijo, buen esposo, buen padre, buen compañero. Leonel Fernández es un excelente ciudadano, excelente profesional y excelente académico.

Ha sido el mejor Presidente que ha tenido el país después de la muerte de Trujillo, encabezando tres períodos gubernamentales cargados de la más grandes realizaciones materiales e institucionales. Tú siempre reconociste eso Margarita y lo decías públicamente tomando como aval los números y las estadísticas.

Margarita, por tus grandes condiciones intelectuales, académicas, profesionales y políticas, el Presidente Leonel Fernández siempre te valoró. Te designó muy joven como sub-consultora jurídica del Poder Ejecutivo en su primer período de gobierno. Se casó contigo y te convirtió en Primera Dama en el segundo y tercer período de sus mandatos. Fue el garante de tú ascenso al Comité Central y luego al Comité Político. Es el responsable de tú ascenso a la Vicepresidencia de la República por dos períodos consecutivos.

Por los esfuerzos y sacrificios del Presidente Leonel Fernández, tú Margarita, has sido la única Primera Dama y la única Vicepresidente que has manejado el Gabinete Social del Gobierno. Has manejado, muy honrada y eficientemente, millonarios recursos para hacer una hermosa labor social y te has proyectado públicamente.

Hay dos verdades que andan de la mano y que nadie puede negar. La primera es tú gran formación humana y tú gran vocación social. La otra, indispensable para lograr lo que has obtenido, el pié de amigo de tú esposo el Presidente Leonel Fernández. Él ha sido determinante en tus grandes logros de tus últimos 30 años. Eso todos lo sabemos, nadie puede negarlo.

Margarita, a mi me dijeron que estabas muy compungida y abrumada con el fraude descomunal perpetrado en las primarias internas y abiertas del PLD del 6 de octubre del año pasado. Tuviste a mano todas las evidencias del fraude, te indignaste por el hecho de que desde Palacio, a través de sus amanuences de la JCE, el Gobierno había fraguando un fraude contra tú esposo, líder, guía y mentor.

Resulta que ahora eres la compañera de boleta de la persona a través del cual se llevó a efecto aquel fraude que despojó a tú esposo de la candidatura presidencial del Viejo Partido. ¡Waoo Margarita! Lo veo y no lo creo. ¿Qué te pasó? Hombres y mujeres, sin distingos partidarios, rechazan tú actitud y repudian tú postura, incluyendo parte de los oficilialistas.

Leonel es un gran demócrata por formación conceptual y teórica, pero sobre todo, por su praxis. Todos sus adversarios se lo reconocen y se que para él aún los esposos pueden tener diferencias políticas. Ese no es el caso, amiga, tú has sido desleal y te has dejado utilizar como una niña por los adversarios de tú mentor y compañero de vida.

Eso que has hecho nadie lo ve bien. De un sólo plumazo lo dañaste todo. Has cavado tú propia tumba. Gonzalo Castillo y la cúpula palaciega te usan, saben que indefectiblemente van a perder, pero al perder, no sólo se irán al zafacon de la historia quienes te usan, sino que es su propósito destruirte a ti. En ese propósito ya han avanzado mucho. Tú alta valoración se ha reducido significamente.

Lo que has hecho Margarita es perder, perder. Lo tuyo antes era ganar, ganar. Todo el rechazo del país al Gobierno y a su candidato caerán sobre ti. Se que en algún momento te sentarás a meditar sobre tus últimas acciones. Ojalá no sea demasiado tarde.

Muy atentamente, tú amigo y seguro servidor.

Francisco García Rosa

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